En muchas ocasiones es el color de la piel lo que suscita temores, odios o rencores.
Para mi, el color de la piel es la oportunidad de encontrar nuevos mundos y sensaciones a los que nunca hubiera tenido posibilidad de viajar. Y no me refiero al color en sí… – que muchas veces encuentro pieles más oscuras de los autóctonos de Cádiz que las que he podido conocer en otros lugares – me refiero al tono, a su esencia, a su intrínseca existencia.
Puedes sentir la historia entera de una persona con el simple roce de tu piel contra la suya. Y si viene acompañada de una mirada ya se convierte en el éxtasis de la conexión interpersonal.
Aterricé en la RED Dimbali hace unos meses. Me llamo Celia y soy adicta. Soy adicta al amor con el que todas las personas que emplean su tiempo, energía y ganas tratan de sacar adelante lo que parecía utópico. Soy adicta a las risas y sonrisas que se desperdigan cada tarde compartiendo momentos, soy adicta al humor tonto, a las tardes de actividades, a las clases, a la diversidad, a cada pequeña muestra de afecto que inunda todos los momentos que se comparten en ese pequeño espacio – por tiempo y anchura -.
Soy adicta a los abrazos… ¡me han hecho adicta!. Cada día que voy a Dimbali recibo entre una decena y quince abrazos. Pero no de los de cumplir… son microabrazos eternos que te inundan de amor y cariño, abrazos verdaderos, abrazos en los que muchas veces te gustaría quedarte a vivir. Cada uno de l@s chic@s y de l@s compañer@s te recibe con un abrazo de cariño verdadero. Breve pero infinito.
Y detrás de esos abrazos hay pieles, pieles que claman por sentir el roce de otra piel, el cariño y el calor de otra persona, el deseo de una unidad de sentimientos que se comprendan y que añadan valor, esperanza y fuerza el uno para el otro.
Y detrás de cada abrazo, una piel.
Y detrás de cada piel, una historia.
Y detrás de cada historia que compartimos fundiendonos en un abrazo, el amor.