Ya os hemos hablado en otras ocasiones sobre el acogimiento de Menas (menores extranjeros) y Ex-menas (una vez cumplida la mayoría de edad, o que así lo considere la Junta de Andalucía sin que realmente lo sean).

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Hace unas semanas pedíamos casas de acogida temporal (1 mes), para jóvenes que se encuentran en situación de desamparo, obligados a dormir en la calle y, con suerte, en albergue cuando hay sitio, que pocas veces suele ocurrir.

Afortunadamente, varias personas se animaron a tender una mano y darle cobijo a estos chicos. Pero el tiempo va pasando y necesitamos que la lista de casas de acogida sea cada vez mayor.

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Hoy queremos pedirte que te animes a compartir un trocito de tu vida, aunque sea un  mes, con un chico. Además con alguien muy especial.

No diremos su nombre, pero sí que es tímido y cariñoso, que le encanta la playa y montar en bici. Que viene de Nador y que en breve, no tendrá un techo donde dormir.

¿Quieres darle una oportunidad a este joven?

Y a ti, ¿Quieres dártela?

Para 1 mes, prorrogable si lo deseas y estáis de acuerdo.

Tendrás todo nuestro apoyo.

ENRIQUECE Y ENGRANDECE TU VIDA

¡¡ACOGE!!

Y para que te pongas en la piel de estos chicos, lee la entrada que hicimos hace pocos días sobre lo que un chico acogido en una familia siente una mañana cualquiera:

¡Levanta Mamadou! Levanta! Que ya son las 8!

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Y Mamadou, de un salto, salió de la cama.

Con los ojos aún cerrados, tanteó el suelo,

sintió sus zapatos, se los puso, cogió la mochila y se apresuró a salir de allí.

Cuando abrió los ojos y espabiló, ya estaba en la calle.

Mamadou, ¿a dónde vas? Una voz sonó tras él.

Una voz tranquila y dulce.

¿Qué haces ahí fuera en pijama? ¿Por qué no has desayunado?

¿Dónde vas con la mochila de la peque?.

El chico se volvió a la voz, miró a un lado y otro de la calle.

Se miró los pies, las manos, la mochila rosa de Peppa pig,

Y sonrió.

Sonrió a carcajadas.

Sonrió tan grande, que sus ojos lloraban.

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Lentamente, regresó a la casa,

y en esa inmensidad de segundos que separaban la calle de la puerta,

repasó su vida.

Y no, ya no estaba en el albergue.

Ya no tenía que levantarse, y con lo puesto, salir de allí y

deambular, horas y horas por el pueblo, horas y horas, bancos y plazas,

miradas, dedos que señalan.

Ya no tenía que hacer cola en el comedor social,

ni volver al toque de queda al albergue para no quedar en la calle.

Ahora estaba la Mami, y la peque, que le miraba con ojos de cabreo mientras se abrazaba a su Peppa pig.

Ahora el despertador sonaba para ir al instituto,

para darle tiempo a vestirse, a desayunar,

Para darle tiempo a preparar su mochila,

para hablar con los ojos pegados con su nueva mami,

y para sentirse de nuevo un adolescente.

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